Publicado en Diario de Navarra el 28 de octubre de 2018
HISTORIAS
viernes, 16 de noviembre de 2018
16 de Noviembre de 2018
RECETAS CON HISTORIA
Tortas de Chanchigorri, de María Jesús Iriarte Lusarreta
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Actualizada 18/10/2018 09:59
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- DIARIO DE NAVARRA
María Jesús Iriarte Lusarreta nos envía su receta de tortas de chanchigorri. Un dulce que tiene relación con su infancia ya que, como en casi todas las casas de los pueblos, se hacía la matanza. "En casa, criábamos cerdos para ayudar a la economía familiar, vendiendo gorrines y engordando cerdas para la matanza y así alimentarnos unos cuantos meses con sus productos. Uno de los que se usa para elaborar las tortas de chanchigorri es la manteca de cerdo en rama extraída del propio animal tras el sacrificio", cuenta.
- INGREDIENTES
- 2 kg. de manteca de cerdo
- 6 huevos
- 1/2 l de anís
- 2 frascos de canela molida (76 g más o menos)
- 1 kg. de azúcar
- 2 kg de harina aproximadamente
- La masa de 3 barras de pan (nosotras la compramos directamente en la panadería ya que precisamos ese pan antes de su cocción
- PREPARACION
- Se corta la manteca, y en una sartén se va deshaciendo hasta que queden los chanchigorris (restos de la manteca) tostados. Se tiene que ir retirando la manteca según se deshace, pero dejar algo para que no queden secos.
- Cuando compremos la masa en la panadería, hacer enseguida ya que se puede “morir” si se enfría. Poner en la superficie a trabajar, haciendo un agujero en el centro, donde iremos añadiendo todos los ingredientes y amasaremos hasta que queden unidos. Los chanchigorris se calientan con la manteca que hemos dejado, para que hagan más jugosa la torta. Añadiremos harina según nos pida la masa, hasta el punto en que se deje de pegar a los dedos.
- Coger pellizcos de masa que nos ocupe la mano y extenderla a golpes de puño, no quedando muy lisa.
- Colocar sobre una bandeja de horno, donde hemos colocado papel de hornear, y “pintarlas” con huevo batido y un poco de azúcar. El horno sobre 200º, de ½ hora a ¾ de hora, cuando veamos que tienen color tostado, sacar. En casa no da tiempo a que se enfríen así que: A comer!!
Como ya he contado anteriormente, mi madre es mujer que no tiene pereza a la hora de meterse en la cocina y prepararnos deliciosos postres. Es por eso que, desde hace tiempo, he ido recopilando sus recetas. Un buen ejemplo es el de las tortas de chanchigorri que siempre se han hecho en casa en tiempos de la matanza del cerdo.
Incluyo un reportaje que nos hicieron de Diario de Navarra para ilustrar su elaboración.
https://www.diariodenavarra.es/multimedia/videos/vivir/gastronomia/2018/10/28/recetas-con-historia-maria-jesus-iriarte.html
La casa de María Jesús Iriarte Lusarreta olía el jueves a matanza. Pero no a ese olor duro de la sangre y las vísceras, no, a la parte más amable del ritual, la de la manteca deshaciéndose al fuego para hacer dulces. “En muchas casas se hacía la matanza pero no en todas se hacían dulces después”, explica desde su casa de Mutilva la pamplonesa de 63 años. “Bueno, pamplonesa porque te llevaban allí a nacer pero en realidad soy de Mutilva de toda la vida”, corrige orgullosa. “Allí vive también su madre Camino Lusarreta que sigue la conversación mientras fríe con mimo los chanchigorris. “El ingrediente principal de la receta son estas cortezas tostadas que se consiguen al deshacer la manteca de cerdo en rama extraída directamente del animal durante el sacrificio”, apunta Iriarte. “Ya sabes, del cerdo se aprovecha todo, hasta las pezuñas”, añade su madre sin retirar la vista del fuego. A sus 86 años, con su mandil con el trapo colgando y su pañuelo en la cabeza tiene el aspecto total de una cocinera de las de entonces, de las de la matanza. “La cocina me ha gustado siempre muchísimo, no me cuesta”, asegura. De hecho durante cuatro años regentó la taberna del pueblo, en Mutilva Baja. Corría el año 65 y ofrecían almuerzos y comidas. “Teníamos siempre cuarenta tíos a comer”, recuerda. Hoy se sigue levantado a las seis y media de la mañana para hacer la comida. Eso sí, para otros. “Nunca ha comido mucho”, dice su hija mirándole de reojo con cara de verás lo que contesta . “No, si te parece me mantengo por el aire”, le replica rápida. “Sólo come manzanas”, continúa María Jesús como si no la hubiera oído. “Si comiera todo lo que hago no entraría por esa puerta”, le responde Camino mientras saca los chanchigoris del fuego y los coloca en un plato con una servilleta para que empape bien la grasa. “Por suerte o por desgracia no puedo comer”, dice lamentándose de una operación en la que le quitaron tres cuartas partes del estómago hace unos años. “¡Y como muchos frutos secos, que me encantan!”, le reprocha mientras esparce por la encimera la masa de pan que encargaron el día anterior en la panadería.
Camino nació en Yárnoz y con 12 años se fue a Zabalegi a trabajar. Fue allí cuando comenzó a cocinar. ¿Dónde trabajaba, Camino? “En el campo, hija, en el campo, como toda hija de madre”. Eran diez hermanos “hacía falta todo”. Y todo el mundo tenía cerdos y hacía matanza. A principios de noviembre inauguraban la matanza con una cerda de 100 kilos. Con cuatro cerdas tenían para todo el año. “Teníamos la costumbre de hacer las tortas de chanchigorri para el 3 de febrero, día de San Blas, y las llevábamos a la iglesia de Zabalegui a bendecir. Donde más aprendí a guisar fue allí” recuerda. “Claro, estuve catorce o quince años”. Después murió su madre, tenía 47 años, y Camino tuvo que mudarse a Huarte para cuidar de sus hermanos, el más pequeño tenía cinco años. En el año 59 se casó y se fue a vivir a Mutilva Baja. “Y aquí también criábamos cerdos y hacíamos matanza”, explica sin dejar de amasar con fuerza la mezcla de harina, canela, anís, masa de pan y chanchigorris con la gracia de quien lleva toda la vida haciéndolo.
A ojo de buen cubero
“La receta me la enseñó mi madre y las primeras veces tuve que hacerlas con ella porque en lugar de cantidades te dice: “lo que admita” y yo me volvía loca”, cuenta María Jesús sonriendo. “En la vida he pesado yo nada, todo a ojo”, le contesta su madre mientras con la palma golpea fuertemente las tortas para hacerles la forma. Viéndola trabajar así cualquiera diría que tiene 86 años. Bueno, viéndola trabajar así y en el día a día. Camino todos los días va de voluntaria dos horas y media a la residencia de mayores Amma Mutilva. “Sí, no me mires con esa cara, la mayoría son mucho más jóvenes que yo”, dice divertida sin parar la faena.
“A esta mujer la recuerdo yo toda la vida haciendo repostería” dice María Jesús mientras la casa se va impregnando del olor dulce de la mezcla de manteca y canela que desprenden las tortas haciéndose lentamente en el horno. ¿Le traerá muchos recuerdo este olor, no, Camino? Muchos y bastante mejor este olor que el de cuando había que limpiar los mondongos llenos de sangre seca y vinagre, maja”, dice quitándose el pañuelo de la cabeza y rompiendo la poesía del momento. “Genio y figura sí”, dice su hija mirándole con ternura.
Incluyo un reportaje que nos hicieron de Diario de Navarra para ilustrar su elaboración.
https://www.diariodenavarra.es/multimedia/videos/vivir/gastronomia/2018/10/28/recetas-con-historia-maria-jesus-iriarte.html
La casa de María Jesús Iriarte Lusarreta olía el jueves a matanza. Pero no a ese olor duro de la sangre y las vísceras, no, a la parte más amable del ritual, la de la manteca deshaciéndose al fuego para hacer dulces. “En muchas casas se hacía la matanza pero no en todas se hacían dulces después”, explica desde su casa de Mutilva la pamplonesa de 63 años. “Bueno, pamplonesa porque te llevaban allí a nacer pero en realidad soy de Mutilva de toda la vida”, corrige orgullosa. “Allí vive también su madre Camino Lusarreta que sigue la conversación mientras fríe con mimo los chanchigorris. “El ingrediente principal de la receta son estas cortezas tostadas que se consiguen al deshacer la manteca de cerdo en rama extraída directamente del animal durante el sacrificio”, apunta Iriarte. “Ya sabes, del cerdo se aprovecha todo, hasta las pezuñas”, añade su madre sin retirar la vista del fuego. A sus 86 años, con su mandil con el trapo colgando y su pañuelo en la cabeza tiene el aspecto total de una cocinera de las de entonces, de las de la matanza. “La cocina me ha gustado siempre muchísimo, no me cuesta”, asegura. De hecho durante cuatro años regentó la taberna del pueblo, en Mutilva Baja. Corría el año 65 y ofrecían almuerzos y comidas. “Teníamos siempre cuarenta tíos a comer”, recuerda. Hoy se sigue levantado a las seis y media de la mañana para hacer la comida. Eso sí, para otros. “Nunca ha comido mucho”, dice su hija mirándole de reojo con cara de verás lo que contesta . “No, si te parece me mantengo por el aire”, le replica rápida. “Sólo come manzanas”, continúa María Jesús como si no la hubiera oído. “Si comiera todo lo que hago no entraría por esa puerta”, le responde Camino mientras saca los chanchigoris del fuego y los coloca en un plato con una servilleta para que empape bien la grasa. “Por suerte o por desgracia no puedo comer”, dice lamentándose de una operación en la que le quitaron tres cuartas partes del estómago hace unos años. “¡Y como muchos frutos secos, que me encantan!”, le reprocha mientras esparce por la encimera la masa de pan que encargaron el día anterior en la panadería.
Camino nació en Yárnoz y con 12 años se fue a Zabalegi a trabajar. Fue allí cuando comenzó a cocinar. ¿Dónde trabajaba, Camino? “En el campo, hija, en el campo, como toda hija de madre”. Eran diez hermanos “hacía falta todo”. Y todo el mundo tenía cerdos y hacía matanza. A principios de noviembre inauguraban la matanza con una cerda de 100 kilos. Con cuatro cerdas tenían para todo el año. “Teníamos la costumbre de hacer las tortas de chanchigorri para el 3 de febrero, día de San Blas, y las llevábamos a la iglesia de Zabalegui a bendecir. Donde más aprendí a guisar fue allí” recuerda. “Claro, estuve catorce o quince años”. Después murió su madre, tenía 47 años, y Camino tuvo que mudarse a Huarte para cuidar de sus hermanos, el más pequeño tenía cinco años. En el año 59 se casó y se fue a vivir a Mutilva Baja. “Y aquí también criábamos cerdos y hacíamos matanza”, explica sin dejar de amasar con fuerza la mezcla de harina, canela, anís, masa de pan y chanchigorris con la gracia de quien lleva toda la vida haciéndolo.
A ojo de buen cubero
“La receta me la enseñó mi madre y las primeras veces tuve que hacerlas con ella porque en lugar de cantidades te dice: “lo que admita” y yo me volvía loca”, cuenta María Jesús sonriendo. “En la vida he pesado yo nada, todo a ojo”, le contesta su madre mientras con la palma golpea fuertemente las tortas para hacerles la forma. Viéndola trabajar así cualquiera diría que tiene 86 años. Bueno, viéndola trabajar así y en el día a día. Camino todos los días va de voluntaria dos horas y media a la residencia de mayores Amma Mutilva. “Sí, no me mires con esa cara, la mayoría son mucho más jóvenes que yo”, dice divertida sin parar la faena.
“A esta mujer la recuerdo yo toda la vida haciendo repostería” dice María Jesús mientras la casa se va impregnando del olor dulce de la mezcla de manteca y canela que desprenden las tortas haciéndose lentamente en el horno. ¿Le traerá muchos recuerdo este olor, no, Camino? Muchos y bastante mejor este olor que el de cuando había que limpiar los mondongos llenos de sangre seca y vinagre, maja”, dice quitándose el pañuelo de la cabeza y rompiendo la poesía del momento. “Genio y figura sí”, dice su hija mirándole con ternura.
martes, 6 de junio de 2017
sábado, 8 de octubre de 2016
Crecimos en una familia donde yo sentí que la responsabilidad recaía en mi
madre. Mi padre trabajaba, pero muchas veces tuvo oportunidad de conseguir un
trabajo más cómodo o como diríamos hoy día, estable, pero por su forma de ser
no las aprovechó.
Mi madre llevaba las cuentas, los pagos, era la que se rompía
la cabeza haciendo números para salir adelante. Así que siempre la vi cogiendo
trabajos para realizar en casa: coser zapatos, hacer botas de vino, chalecos,
cananas, telas para sillas, etc.
Pocas horas dormía ya que, una vez terminado el trabajo, tenía que atender
los animales y la casa. Siempre trabajando. Aún hoy día, cuando voy a
visitarla, nunca la ves sentada mano sobre mano. ¿Quieres un café? pues para
acompañarlo, saca harina, huevos, aceite... y en un suspiro te prepara unos
rosquillos. Sin pereza.
Es una mujer que ha tenido una vida difícil y aún así, siempre tiene la
energía suficiente para animarnos a todos a echar para adelante, a superarnos
en el día a día, a acometer proyectos nuevos y a no dejar que las dificultades
nos hagan decaer. Ahí está ella para darnos ejemplo y hacerle ver que su
dedicación ha merecido la pena.
Tiene 84 años y sigue al pie del cañón, ayudando a mi hermano que enviudó
hace 8 años. Tiene tiempo de acompañar a los ancianos de una residencia
geriátrica en el tiempo que le deja libre el atender su nueva casa y
familia.
Hace 3 años que falleció mi padre, de repente, el
18 de agosto de 2013. Nos dejó un gran vacío, pero si miramos hacia atrás, fue
mejor eso que estar enfermo entrando y saliendo del hospital, o tener una
enfermedad degenerativa durante la cual llegas a desconocer a tus allegados. En
fin, si pudiera elegir mi forma de morir, firmaba ahora mismo con una como la
de mi padre, repentina y sin sufrir.
lunes, 4 de junio de 2012
Es curioso como terminamos perteneciendo a un lugar y la atracción que tenemos por conocer los motivos por los cuales, nuestros padres y abuelos , nos hicieron recalar en él.
Mis abuelos paternos, Antonia Cenoz Beloqui y Mariano Iriarte Eslava, se conocieron en Pamplona. Antonia nació en Azanza el 13 de junio de 1901, era la sexta de siete hermanos y al igual que alguno de ellos, se puso a trabajar en Pamplona. Trabajó en Casa Otano.
Mariano también era el sexto de siete hermanos y nació en Beroiz el 15 de mayo de 1895. Los padres de Mariano, tras unos años de renteros en un caserío próximo a Aoiz, Olleta, se vinieron a Mutilva Baja, donde se establecieron comprando la casa de un capitán. Esta casa, rodeada de una gran finca, estaba en el centro del pueblo pero no queda vestigio pues fue derruída y sustituida por bloques de pisos. En una parte de ellos están ubicadas las oficinas del actual Ayuntamiento de Aranguren.
Pero, ¿cómo terminaron situando su domicilio mis abuelos aquí?.
Se casaron el 23 de noviembre de 1927 en la Parroquia de San Nicolás de Pamplona y fijaron su residencia en el antiguo barrio de El Mochuelo, actual barrio de La Milagrosa. Según consta en el Padrón Municipal de Pamplona, año 1930, vivían en Casa Ardanaz:
Mariano Iriarte Eslava, de 35 años, Cabeza de familia, sabe leer y escribir, de ocupación Bracero.
Antonia Cenoz Beloqui, de 30 años, esposa, sabe leer y escribir, de ocupación S.L.(Sus Labores).
Francisco Santos Iriarte Zenoz, de 2 años, hijo.
María Jesús Iriarte Zenoz, de 1 año, hija
Según cuenta mi padre, pusieron vacas y por dos veces se les murieron de pulmonía, hasta que averiguaron que el solar donde estaba asentada la casa pasaba una corriente de agua que provocaba la humedad que hacía enfermar al ganado. Se bajaron a Mutilva Alta, donde nació mi padre Luis Iriarte Cenoz el 18 de junio de 1931, pero definitivamente se asentaron en Mutilva Baja donde nacieron Antonio Juan el 8 de enero de 1933, un niño que falleció al poco de nacer el 8 de junio de 1936 y Luisa el 31 de mayo de 1938.
Hoy día, la casa donde vivieron sigue en pie, pero nada nos hace recordar la que fue pues, los que la compraron tras fallecer mis abuelos, la remodelaron e hicieron dos viviendas.
Mis abuelos paternos, Antonia Cenoz Beloqui y Mariano Iriarte Eslava, se conocieron en Pamplona. Antonia nació en Azanza el 13 de junio de 1901, era la sexta de siete hermanos y al igual que alguno de ellos, se puso a trabajar en Pamplona. Trabajó en Casa Otano.
Mariano también era el sexto de siete hermanos y nació en Beroiz el 15 de mayo de 1895. Los padres de Mariano, tras unos años de renteros en un caserío próximo a Aoiz, Olleta, se vinieron a Mutilva Baja, donde se establecieron comprando la casa de un capitán. Esta casa, rodeada de una gran finca, estaba en el centro del pueblo pero no queda vestigio pues fue derruída y sustituida por bloques de pisos. En una parte de ellos están ubicadas las oficinas del actual Ayuntamiento de Aranguren.
Pero, ¿cómo terminaron situando su domicilio mis abuelos aquí?.
Se casaron el 23 de noviembre de 1927 en la Parroquia de San Nicolás de Pamplona y fijaron su residencia en el antiguo barrio de El Mochuelo, actual barrio de La Milagrosa. Según consta en el Padrón Municipal de Pamplona, año 1930, vivían en Casa Ardanaz:
Mariano Iriarte Eslava, de 35 años, Cabeza de familia, sabe leer y escribir, de ocupación Bracero.
Antonia Cenoz Beloqui, de 30 años, esposa, sabe leer y escribir, de ocupación S.L.(Sus Labores).
Francisco Santos Iriarte Zenoz, de 2 años, hijo.
María Jesús Iriarte Zenoz, de 1 año, hija
Según cuenta mi padre, pusieron vacas y por dos veces se les murieron de pulmonía, hasta que averiguaron que el solar donde estaba asentada la casa pasaba una corriente de agua que provocaba la humedad que hacía enfermar al ganado. Se bajaron a Mutilva Alta, donde nació mi padre Luis Iriarte Cenoz el 18 de junio de 1931, pero definitivamente se asentaron en Mutilva Baja donde nacieron Antonio Juan el 8 de enero de 1933, un niño que falleció al poco de nacer el 8 de junio de 1936 y Luisa el 31 de mayo de 1938.
Hoy día, la casa donde vivieron sigue en pie, pero nada nos hace recordar la que fue pues, los que la compraron tras fallecer mis abuelos, la remodelaron e hicieron dos viviendas.
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